Palabras deshabitadas

El día que la muerte
llegó a su casa
la recibió de saco
y corbata sostenida
por mariposas súbitas.


Un vaso de vino en la mano
y un cigarrillo en la otra,
a lo que agregó una sonrisa
que iba más allá de su boca
y de la ecuación adúltera
de su ánimo.


Vamos, le dijo,
no hay apuro,
siéntate y hablemos
de la vida.

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