La muerte nunca confiesa
cómo ni porqué
se llama muerte.
En los ascensores, jardines,
campos de batalla,
en el hueco de un sombrero,
en las escaleras de mármol,
en la puerta de un convento,
entre las hojas de un libro,
en las vanas cárceles,
siempre habrá un hombre muerto
por otro hombre;
aquel, que cuando mira hacia abajo
pisa la noche
y la vuelve un charco de sangre.
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