Como un eje erizado

el sexo del poema
se sumerge en las partes subterráneas
y los abanicos sutiles
de la rosa y la palabra;

vuela entre pájaros estrellados
por las fibras del fuego,
y aureolas de campanas
enmudecidas por otras estridencias.

Es el preludio del roce húmedo
de caracoles desbordantes,
coronados por los poros
del pan y la noche del nido.

Entonces brotan substancias
que se expanden como dedos vegetales:
gotas del insomnio genital
circulando en el centro de los cuerpos
golpeados por la simetría del gemido.

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